G. S. R.

El Encuentro 1

- La Noche sin Fin -

Estás leyendo una versión editada para la web. ¿Quieres la experiencia completa? Descarga aquí la "Versión del Autor", con escenas y detalles extendidos que no encontrarás en esta publicación.

Primera Parte: La cita

Habían pasado más de cinco semanas desde la última vez que se vieron. Victor no pasó ni un solo día sin recordar aquella tarde donde el tiempo se detuvo para pertenecerles solo a ellos dos. Muchas tardes pasaron, muchos mensajes fueron y vinieron, pero finalmente, había llegado el momento donde los besos no iban a terminar en el dintel de una puerta. Aun así, le sorprendía que el día hubiera llegado. Un nerviosismo sutil le recorría el cuerpo, una corriente eléctrica que no podía ocultar. Deseaba este encuentro con cada fibra de su ser, pero sabía que Moira valía toda la espera y cualquier esfuerzo.

En medio de esa dulce incertidumbre, arrancó el coche. Le escribió un mensaje corto, casi un telegrama de su impaciencia: “Ya voy en camino”. La respuesta inmediata generó un escalofrío que le erizó la piel, no con la urgencia del frío, sino con la promesa del calor: “Vale, amor”.

La llegada de Moira

La puerta del edificio se abrió y, por un segundo, Victor olvidó cómo respirar. Allí estaba ella. Una cabellera negra que atrapaba la luz de la calle y la devolvía en destellos de medianoche, enmarcando unos ojos pardos donde se adivinaba una tormenta de travesura y complicidad. Unos labios rojos cuya suavidad él sentía que podía saborear con solo mirarlos. Moira avanzó, imponente, vestida de un negro que absorbía la luz y todas las miradas. Llevaba una blusa tersa que escondía parte del secreto y un pantalón que se aferraba a su piel, dibujando sin pudor unas piernas que parecían no tener fin, hasta rendirse en la curva rotunda donde sus nalgas tensaban la tela con cada paso. Todo esto pasó en segundos, apenas los suficientes para que Victor pudiera volver a llenar sus pulmones y recibir la sonrisa que lo desarmó por completo. Era una mirada que parecía decirle: ‘Sé exactamente lo que estás pensando, porque yo también lo espero’.

Llegaron al restaurante italiano del que tanto habían hablado. Victor dio su nombre y, sin demora, los guiaron a una mesa en un rincón discreto, envuelta en una luz cálida que invitaba a los secretos. La velada empezó con un espumante que les robó más sonrisas y miradas sostenidas sobre el borde de las copas. Entre bocados de pulpo a la plancha y una pasta que parecía traída de la misma Toscana, la conversación fluía sin esfuerzo. Pero debajo de cada palabra subyacía la verdadera comunicación: el roce de sus rodillas bajo la mesa, la forma en que Victor la observaba mientras ella probaba el postre, un cremoso tiramisú de pistacho. Observó la cuchara deslizarse entre sus labios rojos, y por un instante, se perdió imaginando que eran los suyos. No hubo una pregunta, solo un acuerdo tácito cuando Victor pagó la cuenta. Sus miradas se encontraron y ambos supieron que la cena había terminado, pero la noche apenas comenzaba.

La complicidad en la cena

Segunda Parte: Un lugar privado

Caminaron unos pocos pasos, tomados de la mano, hasta el hotel que él había seleccionado. Segundos después, las puertas del ascensor se cerraron, y Victor y Moira desaparecieron juntos. El pasillo del hotel era un túnel silencioso que los llevaba de un mundo a otro. La llave magnética chasqueó, un sonido desproporcionadamente alto que rompió la tensión, y la puerta se abrió a la penumbra. Entraron y, como si obedecieran a una orden no verbal, ambos hicieron una pausa para inspeccionar el lugar.

Beso en el ascensor

Victor se sentó al borde de la cama, un gesto que era a la vez una espera y una invitación. Sin dudarlo, ella se acercó, colocándose entre sus piernas abiertas, encajando perfectamente en el espacio que él le había guardado. El primer beso no fue una pregunta, sino una afirmación. Un beso profundo, como si fueran adolescentes llenos de calor, que sellaba el final de la espera.

El descubrimiento de la lencería

Un temblor recorrió los dedos de Victor al buscar los botones de la blusa de Moira. Los fue desabrochando lentamente, revelando fragmentos de piel como si descubriera un tesoro. Al soltar el último, su aliento se atascó en la garganta. Lo que vio debajo no era solo lencería; era una declaración. El encaje negro no vestía a Moira, conspiraba con su piel. Las manos de Victor se convirtieron en exploradoras, cartografiando la curva de su cintura, la planicie de su abdomen. Sus labios siguieron la misma ruta, sellando con besos cada centímetro de piel que ella le regalaba.

Tercera Parte: El secreto

No importó la luz encendida, tampoco la cortina a medio abrir. No hizo falta música; aún no se había escrito en el mundo una canción para la danza que ellos comenzaron esa noche. Victor, mirándola a los ojos, vio cómo Moira se dejaba llevar, recostándose de espaldas y ofreciendo su cuerpo entero sobre la cama. Él decidió besarla no solo en los labios, sino buscando el aire mismo de sus pulmones, un beso que no pedía permiso, que reclamaba territorio. Victor no se sentía como un conquistador reclamando una tierra, sino como un explorador al que se le había concedido el mapa de un mundo secreto.

Colocó sus manos a los lados de sus nalgas, tomó con la punta de los dedos el borde del panty negro y, halando de él hacia los tobillos, descubrió el secreto que ella guardaba. Su piel se extendía sin interrupciones, suave, vulnerable, ofreciendo a su vista la delicada arquitectura de sus labios íntimos. Una invitación pura, sin velos. Finalmente, Moira se posó sobre él. Con las piernas abiertas a la anchura de sus caderas, dejó que la punta del pene de Victor acariciara sus labios húmedos, rozando el clítoris escondido. Se rindió con un gruñido ahogado, sintiendo cómo se vaciaba dentro de ella en espasmos profundos. Creía que todo terminaría ahí, en esa calma tibia. Pero entonces, sintió algo increíble. Moira no se detuvo. Al contrario, sus caderas siguieron balanceándose, lentas y deliberadas, acogiendo sus últimas pulsaciones, reclamando hasta la última gota de su placer.

Cuarta Parte: La sorpresa

Entre la eyaculación de él y la lubricación de ella se había formado una geografía húmeda donde sus cuerpos habían confluido. Se sentía correcto, predestinado. Pero el universo que habían creado en esa cama llamaba a no dar tregua. Victor se cernió sobre Moira, devorando esos labios rojos que lo habían obsesionado desde que la vio. Se retiró un instante, un movimiento fluido y con propósito. Tomó una almohada, la dejó caer al suelo y se arrodilló sobre ella al borde de la cama, un gesto inequívoco. Ella entendió de inmediato. Se deslizó por la cama hasta el borde, ofreciéndose a él. En esa danza, en esa inmersión a las profundidades, ella llegó al nirvana. Entre espasmos, con la respiración rota, un murmullo escapó de sus labios, un hilo de voz que solo él, con el oído pegado a la fuente de sus temblores, pudo descifrar como un "gracias" que sonaba a súplica y a gloria.

Quinta Parte: Hay más

Moira quería retribuir, demostrarle que para ella tampoco existían los límites. Si alguna vez hubo una definición carnal del yin y el yang, eran ellos en ese instante. Pero entonces, la simetría se rompió. La mano de Moira se cerró con una autoridad inesperada alrededor de la base de su pene. Un escalofrío, completamente distinto a los anteriores, recorrió a Victor. No era una caricia; era una toma de posesión. El mensaje fue claro y no necesitó palabras: Ahora mando yo. Él la miró de cabeza, sin aliento, y en sus ojos no vio sumisión, sino el poder tranquilo de una diosa que acababa de aceptar un sacrificio ofrecido con gusto.

El Trono de la Diosa

Sexta Parte: La noche sin fin

El aire en la habitación era denso, cargado con el aroma de sus cuerpos y la promesa de que aún quedaban fronteras por cruzar. Fue Victor quien inició el cambio. Con las manos en sus caderas, detuvo su movimiento un instante. Le pidió con la mirada que bajara, que deslizara su cuerpo sobre el suyo. Yacían en la calma que sigue a la tormenta, sus cuerpos aún unidos. Victor la giró con una delicadeza reverente hasta que ella quedó boca abajo y comenzó a besarla. Fue entonces, en medio de esa caricia, cuando Moira susurró, su voz ronca por el placer: —Quiero que me penetres por detrás.

La petición fue una ofrenda, la última barrera entregada voluntariamente. Con un gemido profundo, gutural, que nació desde el fondo de su ser, eyaculó dentro de ella. Se quedó así, hundiéndose en ella, vaciándose por completo. En ese acto final, en esa entrega absoluta, dejaron de ser dos amantes en una habitación de hotel. Se convirtieron en uno solo, sellados por el secreto más íntimo en la noche que ahora, para ellos, no tendría fin.

El abrazo final

¿Te has quedado con ganas de más?

La historia no termina aquí. Descarga la versión completa de "El Encuentro 1 - La Noche sin Fin" para sumergirte en la experiencia sin cortes, con todos los detalles que Victor y Moira compartieron en su primera noche juntos.

OBTENER LA VERSIÓN COMPLETA